El futbol o cómo salvar a los jóvenes de la guerra en Senegal

Por Luca Pistone. Enviado

Ziguinchor, Casamance, 16 Abr (Notimex).- Por las aulas en las que enseñaba historia y por el equipo de fútbol del que es presidente de honor han pasado cientos y cientos de jóvenes. Muchos de ellos han tomado el camino de los maquis, matorral, como la gente de Casamance llama al movimiento rebelde independentista.

Pero Nuah Cisse, una institución en Ziguinchor, nunca se ha dado por vencido y con los años con sus sabios consejos han reconducido hacia el buen camino a muchos de sus muchachos.

Durante más de 30 años Nuah Cisse enseñó historia en el instituto más importante de Ziguinchor, el Djignabo Bassène. En las calles de la capital de la región senegalesa de Casamance todo el mundo lo conoce y hablan de él con mucho respeto y afecto.

Hoy en día el grand professeur está jubilado y pasa la mayor parte de sus días en el estadio Aline Sitoe Diatta, donde entrena y juega su equipo del corazón.

“La historia y el fútbol -explica cómodamente sentado en el sofá del salón de su casa- siempre han sido mis dos grandes pasiones. Unas pasiones se han convertido en mi trabajo y que han llenado mis días durante muchos años”.

Afirma que “la historia encontré el modo de ejercerla en la escuela, el fútbol con la función de dirigente. Del 2001 al 2014 fui el presidente del Casa Sports Football Club de Ziguinchor, que juega en la máxima categoría de Senegal, y actualmente soy su presidente de honor. Gracias a estas dos actividades he podido conocer a miles de jóvenes”.

La hermosa casa de tres plantas del profesor está llena de trofeos y medallas obtenidas por el Casa, el nombre abreviado del club de fútbol. Cisse viste con ropa deportiva y, aunque ya no es tan joven -acaba de cumplir 70 años-, no renuncia nunca a su carrera diaria de treinta kilómetros.

“Mens sana in corpore sano -dice riendo-, decían los latinos. Es un dicho que siempre he transmitido a mis chicos. Pasarse todo el día entre libros no es bueno, también hay que preocuparse por el cuerpo. Y puedo decir con cierta satisfacción que mi mensaje siempre se ha transmitido. Yo mismo de pequeño ya era un futbolista aficionado y no lo hacía nada mal”.

En Casamance, una región rica en recursos naturales pero que vive en unas condiciones de gran subdesarrollo porque con demasiada frecuencia es olvidada por el gobierno central, desde hace ya más de 30 años hay en curso un conflicto armado entre el ejército nacional y los grupos rebeldes independentistas, unidos bajo el paraguas del Movimiento de las Fuerzas Democráticas de Casamance.

La rebelión contra el gobierno central de Dakar estalló en diciembre de 1982 después de una manifestación que acabó en baño de sangre y de la detención de Augustin Diamacoune Senghor, líder del movimiento independentista.

Durante décadas los rebeldes han tenido contra las cuerdas al gobierno. Los intentos de reconciliación del expresidente Abdoulaye Wade a principios de los 2000 sirvieron de poco, y la muerte de Diamacoune, en 2006, fragmentó al movimiento rebelde en grupos cada vez más radicales.

Desde hace tres años en la región se vive con más tranquilidad gracias a las políticas de conciliación del nuevo presidente de Senegal, Macky Sall.

“Los efectos de la guerra -explica Cisse- han sido devastadores. Algunos pueblos están completamente arrasados y los campos agrícolas están plagados de minas antipersona. Y, como siempre, las principales víctimas han sido y son los civiles, especialmente mujeres y jóvenes”.

“El conflicto afectó directamente a muchos de mis estudiantes y atletas que acabaron, voluntariamente o no, en los maquis. La crisis de Casamance ha ido de la mano con la crisis nacional que afectó al país a finales de los años 70 y principios de los 80. Una crisis económica, social y política extremadamente dura”, cuenta.

Y añade: “Tras graduarse, los jóvenes de Casamance no encontraban trabajo. Sin dinero y sin perspectivas dignas, era fácil para los grupos rebeldes reclutar a un ejército de gente desesperada. No digo que no hubiera ideales de fondo, porque tenemos una tradición independentista muy antigua, pero estoy convencido de que la desesperación era el verdadero motor de los maquis”.

“Aunque luego las cosas en Senegal fueron mejorando, otras nuevas generaciones se sumaron a ellos impulsados por la venganza. Muchos querían vengar a sus seres queridos asesinados y torturados y a sus pueblos arrasados”, añade.

El profesor es un partidario convencido de lo que él mismo describe como “la conjunción fútbol-paz”. Y en este aspecto la sociedad Casa Sports jugaría un papel importante: “Nuestro club ha logrado algo que los políticos y los movimientos sólo pueden soñar, que es unir a todas las partes del conflicto”.

Dice que “no se trata sólo de un equipo de fútbol, sino de un punto de referencia para todos los colores políticos, las creencias religiosas y los estratos sociales. El Casa se asocia a la alegría y la fiesta, y de hecho nuestros seguidores son de los más coloridos y ruidosos del Senegal. Nada une tanto como un balón que corre sobre un campo verde”.

El club, insiste Cisse, también se habría hecho cargo de la “promoción social de los jóvenes de Casamance” a través de la selección de al menos una veintena de prometedores futbolistas y su lanzamiento en el fútbol europeo.

Lo ha hecho siempre, pero desde que está jubilado su compromiso para ayudar a los chicos que se han convertido en maquis es mucho mayor. El profesor sabe dónde ir a encontrarlos, pero por razones de seguridad prefiere no profundizar en este aspecto.

Lo que impresiona más de su historia es que le basta con echar un vistazo al joven en cuestión para darse cuenta de si forma parte o no de uno de los grupos rebeldes.

“Con el tiempo he perfeccionado mi intuición -dice mientras, desde el otro lado del salón, algunos de sus familiares asienten con la cabeza para confirmar sus palabras-, y ahora me bastan pocas preguntas para darme cuenta de cómo han acabado mis muchachos”.

Señala que “a muchos de ellos los conocí en la escuela o en el campo de fútbol, y cuando se pasan a la clandestinidad les cambia la mirada, se les vuelve apagada y sin consuelo”.

El movimiento rebelde, formado principalmente por chicos jóvenes y muy jóvenes, ha experimentado un largo período de lucha. Según Cisse, la larga espera para la realización de un objetivo que nunca se cumplirá es precisamente la razón por la que cada vez más jóvenes abandonan la causa independentista.

El profesor no quiere hacer juicios sobre el conflicto, pero insiste en subrayar que en muchos casos los rebeldes, acorralados por el ejército, se han convertido en ladrones dispuestos incluso a matar para quedarse con el botín.

El profesor hace ver a los chicos que hay alternativas a los maquis, “que nunca es demasiado tarde para volver atrás”, y los dirige a las organizaciones especializadas en la recuperación de jóvenes rebeldes. Y en muchos casos también les echa una mano para buscar trabajo.

“Los grandes ideales -dice para concluir la charla- saltaron por los aires junto con los civiles muertos por culpa de las minas dispersas en nuestros campos. Lo que queda hoy es sólo el pesado lastre de un conflicto que ha llevado al abismo a nuestros jóvenes”.

“Pero muchos de ellos todavía pueden salvarse –indica-. Están desilusionados, se han dado cuenta de que la independencia de Casamance nunca llegará y de que por fin se puede aspirar a la paz”.

“De todas las historias de mis chicos que se convirtieron en maquis, hay una en la que pienso a menudo y que me entristece sobremanera. Se trata de un estudiante que tenía a principios de los años 80 y que ahora, si no ha muerto en combate, se convertirá en un hombre. Esto es al menos lo que espero”, manifiesta.

Se le empañan los ojos, pero sigue hablando: “Era el 1993 y me lo encontré por las calles del centro de Ziguinchor. Después de los saludos de rigor, como no había sabido nada de él, le pregunté qué estaba haciendo en la vida. Me dijo que trabajaba en Cap Skirring, una ciudad turística de la costa”.

Continúa: “Entonces quise saber en qué hotel trabajaba. Vacilaba, balbuceaba, se rascaba la cabeza como si estuviese avergonzado. Finalmente estalló, no quería mentirme, y me confesó que se había unido a los maquis”.

“Mientras que sus amigos se habían casado y habían tenido hijos, él no había obtenido nada que se pareciese ni siquiera por asomo a la independencia. A pesar de que estaba rodeado día y noche por los compañeros de armas, estaba solo, solo con las horribles picaduras de insectos de que era víctima viviendo clandestinamente en el bosque”.